Latinos are more than a stereotype

Latinos are more than a stereotype

Putting people into categories makes it easier to make quick decisions and judgements about the world around us. But it can also isolate and devalue marginalized groups. As a Latino, I’m all too familiar with this phenomenon.

After watching “How to Be a Latin Lover,” I couldn’t help but think that Latinos have been stereotyped in so many different ways it’s hard to know how we’re really perceived. Although this movie pokes fun at the well-known stereotype of the macho man, it stands in stark contrast to the hate speech that’s become pervasive in U.S. politics. Our community was thrown into the political arena – and under the bus – when Donald Trump announced he was running for President. Now, as President, Trump is hell bent on fulfilling his campaign promises to establish a deportation force, defund sanctuary cities, and ban the entry of Muslims to the United States. All of these actions are rooted in stereotypes and xenophobia.

Reality tells a different story about Latinos, one better reflected by protagonist’s sister, who is played by Salma Hayek. Her story is that of the thousands of single mothers who have immigrated to the United States to give their children a better life. They fight to give their children the best education they can afford and pass along the Latino values of hard work, respect for one’s elders, and commitment to family.

Even though most of us aren’t related to “latin lovers,” this movie gives viewers a glimpse of what’s like to grow up in a Latino household. It also presents us in a positive light and rejects the notion that immigrants are a threat to society. Regardless of the stereotypes peddled by the White House, we are hard-working people who have sacrificed a lot for a chance at a better life.

No one should ever be targeted for the color of their skin, how they pray, and whom they love. We must speak out against this sort of discrimination and stereotyping no matter its origin and fight to show who we really are.

Duele lo que pasa en Venezuela…

Duele lo que pasa en Venezuela…

Durante los últimos años, y quizás como un mecanismo de supervivencia, decidí alejarme de lo que ocurre diariamente en mi país de origen, Venezuela. Asumo mi decisión, y lamento que con ello me haya alejado de algunos de mis seres queridos, pero, resulta simplemente demoledor hablar constantemente de una situación que no mejora y que cada vez parece caer más y más profundo en un abismo sin fin.

A pesar de esto, y especialmente desde hace unas semanas, es imposible poder ignorar lo que sucede en Venezuela. Para explicarlo en simples términos: durante casi dos décadas de “gobierno revolucionario,” el Poder Ejecutivo ha secuestrado todos los poderes del Estado, hasta el punto que el Poder Judicial ha despojado de sus funciones al Poder Legislativo, tan sólo por el hecho de estar conformado mayoritariamente por opositores a Nicolás Maduro. Lo que ha ocurrido como consecuencia de este golpe a la institucionalidad, ha sido algo sin precedentes.

Miles de personas se han volcado a las calles diariamente, tomando su frustración y petición de elecciones como únicas armas. Mientras tanto, el gobierno despliega a fuerzas del orden público para impedir que quienes protestan lleguen a las oficinas del Estado, o a donde quiera que se hayan propuesto llegar. Barricadas, tanques de agua, nubes de gas lacrimógeno y agentes policiales reprimiendo a civiles se han convertido en el día a día en las ciudades más importantes del país.

Del otro lado de la pantalla, en el mundo paralelo en el que viven quienes siguen al gobierno, todo se trata de un intento desestabilizador de poderes extranjeros, ante lo cual el presidente y sus más cercanos colaboradores responden bailando. Sí, bailando, así como se baila en una celebración o festejo de algo alegre, mientras lo que sucede en la realidad no tiene nada que ser celebrado.

El ambiente polarizado que hay en Venezuela desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, ha dado cabida a dos mundos paralelos. Dos países paralelos que viven en un mismo territorio, en el que la tolerancia es un concepto ajeno para la mayoría y en el cual, el reconocimiento de posturas diversas es una debilidad y no una fortaleza. Sin embargo, con la crisis que atraviesa el país, todos, sin importar tu tendencia política se enfrentan a la realidad de que no hay medicamentos, o que la escasez de productos básicos se trata de algo palpable, nadie escapa del crimen y por más dinero que ganes parece no alcanzar para vivir dignamente.

A pesar de mi preocupación por lo que ocurre en Venezuela, parece no haber una salida clara a la crisis, o a que el gobierno chavista acepte que su mala gestión es responsable del oscuro presente económico y social. A veces analizando escenarios, pensaba que una convocatoria a una Asamblea Constituyente podía servir como un mecanismo para medirse y si la oposición contaba con una mayoría, se reflejaría en nuevas reglas de juego y la apertura de un nuevo episodio en la vida Republicana de Venezuela. Pero no sucedió así, el gobierno de Maduro decidió jugarse la carta de la Constituyente, pero en sus términos, sin abrir la posibilidad de que se elijan abiertamente a quienes redactarían una nueva Constitución, dandole una nueva patada al orden institucional y creando una Asamblea Nacional paralela que no tiene como objetivo crear una Constitución, sino estar por encima de la actual.

Las consecuencias de toda esta situación está por conocerse, sin embargo lo único que parece cierto es que hay un pueblo en la calle, que no quiere dejar esto en las manos de alguien más, o de esperar otra década por un cambio que es inevitable, y que parece ser el único obstáculo frente al progreso, la esperanza y la libertad. 2017-04-04t171019z_1_lynxmped331aj_rtroptp_4_venezuela-900x600